martes, 6 de noviembre de 2007

CARLOS GARDEL & LA LÍRICA


En 1916 Gardel asistió asiduamente a la temporada oficial del Teatro Colón. Fúe el año en que Camilo Saint Saens dirigió su “Sansón y Dalila” con la Royer Laffitte, Joumet y Dentale, Gardel se deleitó con las voces de la Agostinelli, la Dalla Rizza, la Raiza, Schipa, Merli, Tita Ruffo, Crabée, Crimini y Martinelli.

Asombrado por la voz del tenor Giovanni Martinelli en “Lucía de Lammermoor” le comentó a Razzano que lo acompañó a la función:¿Viste Pepe? ¡le salían pedazos de oro de la garganta!

Ese año conoció a una debutante en Buenos Aires la soprano Ninon Vallin. En 1929 la visitó en París para que esta le controlara su voz. La Vallin lo escuchó con suma atención y luego de elogiarlo lo incitó a abordar el campo operístico.

El 9 de julio de 1928 con motivo de festejarse la fecha patria, Radio Prieto transmitió un programa especial con la participación de la famosa soprano Adelina Agostinelli, Carlos Gardel y Agustín Magaldi, entre otros.

Gardel manifestó su profunda admiración por la Agostinelli. Idéntica actitud adoptó Magaldi amante de la lírica, que llegó a actuar como extra en Pagliacci en 1915 en Rosario, cuando lo interpretó el Gran Caruso, junto a nuestra compatriota Hina Spani. Inútil insistir en la pasión de Gardel por el arte lírico. Su chofer Antonio Sumaje testimonió:”Cuando estaba en Buenos Aires, yo solía conducirlo al Teatro Colón, generalmente iba acompañado, ocupaba un asiento en la tertulia, era devoto de las operas.

Hubiera sido el primero disgustado si eso se hubiera conocido y comentado porque podría haberse interpretado como una vulgar pose. Y la pedantería y el amaneramiento repugnaron siempre al muchacho campechano y sencillo que fue Carlitos.

Armando Defino brindó un interesante testimonio:”Su ductilidad la había adquirido, según él mismo expresaba, escuchando a grandes cantantes y aunque su registro era de barítono, pudo muy bien ser tenor y sabía que si lo quería podía hacerlo sin esfuerzo. Me decía que al salir de los teatros, cantaba para si mismo interpretando las partituras de tenor, contralto o barítono, inclusive abordando la parte del coro, tratando de armonizar las segundas y así iba formando su voz.

Cuando Defino conoció a Gardel en 1914 en el Café Los Angelitos, éste estaba rodeado por la barra de amigos:Ernesto Laurent, Armando Deferrari, Francisco Ducasse y Elias Alippi. Narra Defino que cuando estaba presente José Razzano “el dúo entonaba algunas canciones y especialmente dúos de trozos de opera, en las que a menudo terciaba Ernesto Laurent, sin caudal de voz pero con un amplio sentido de la armonia”.

Otros de los medios que utilizó Gardel para escuchar a los grandes de la lírica fueron los discos. Razzano recordaba que solían escuchar juntos esas grabaciones que atesoraban con cariño. En la calle Victoria entre Solís y Entre Rios, cerca de donde Gardel poseia un espacioso departamento, existía la cantina Capo Di Luppo, cuyo dueño Francesco Di Luppo, atendía personalmente a grandes artistas líricos que frecuentaban su establecimiento luego de las agotadoras funciones. A esa cantina concurría Gardel, en el fondo del local estaba ubicado un gran gramófono de bocina verde con una gran estantería colmada de discos que los cantantes obsequiaban al dueño.

Gardel llevaba sus grabaciones líricas y allí las escuchaban los comensales en respetuoso silencio. Obviamente Gardel aprovechaba la oportunidad para escuchar las novedades discográicas cedidas por los artistas líricos.

Esta cantina funcionó hasta fines de 1925.

Un día pasó a visitar a Carlos Gardel el cantante Agustín Irusta, lo atendió doña Berta, la amable señora lo condujo hasta una pieza ubicada en los altos de la casa. Gardel lo recibió con una amplia y franca sonrisa:Pasá, estoy escuchando unos reos.!Los reos eran Enrico Caruso y Titta Ruffo¡.

El violinista y arreglador musical Terig Tucci, en su libro “Gardel en New York” narra que Gardel concurria habitualmente al Metropolitan para deleitarse con La Bohéme, Carmen y Otelo.

Felipe Sassone, escritor y periodista, publicó recuerdos de Gardel en la revista española “Blanco y Negro” en su número del 7 de julio de 1935, Sassone evocó:”Gardel cantaba a la italiana, dominando la melodía como un virtuoso del “bel canto”, interpretando una aria de ópera o una canción de Tosti o de Mario Costa...”.

¿Has estudiado? le pregunté un día.

Yo solito nomás. De tanto oir a los grandes,che. Canto opera también, no te vayas a creer...

Y se empeñó en que cantáramos juntos el dúo del segundo acto de La Forza del Destino.

Andá, yo te hago el barítono. Me lo enseñó Scotti en Londres ¿Te acordás de Antonio Scotti? lo cantaba con Caruso.

Yo me negaba, mirá que La Forza del Destino tiene mala pata, es de mal agüero.

No seas sonso y supersticioso, che. Andá, empezá.

Solenne in quest’ora...cantamos el dúo y al finalizar, la gente del “set” aplaudió a rabiar.

Gardel siempre cuidó su voz. Recurrió a menudo a maestros de canto en Buenos Aires y en el exterior. Pese a ello fumaba con exceso.

El maestro de canto Eduardo Bonessi, definió así su voz:”Era de una calidad extraordinaria y de un timbre maravilloso para el tango, tenía un registro de barítono brillante y jamás desafinaba”. En cuanto a su tesitura, su extensión alcanzaba a dos octavas, que manejaba a plena satisfacción. Era una buena extensión para un cantor popular. Gardel poseía un gran temperamento-expresivo al máximo- y estaba dotado naturalmente de un instrumento en la garganta. Un instrumento que luego perfeccionó y supo conservar...

Tenía una laringe completamente sana y era una de las razones por las cuales le resultaba fácil pasar de los graves a los agudos y viceversa...”

YA NUNCA ME VERAS COMO ME VIERAS

(EL BARBA)

Algunos dicen que Pompeya (Que el poeta describió en “Sur”, “Barrio de Tango” y “Mano Blanca”) no cambió demasiado. Pero se extrañan varios lugares citados en los tangos.

El emblemático cruce de la Avenida Centenera y Tabaré, en el mismo corazón del barrio de Pompeya, rescata la figura de uno de los más trascendentes poetas del tango, Homero Manzi.

La esquina “Manoblanca”, como una de sus canciones la recuerda, permite con la imaginación viajar en el tiempo, volviendo a la época de las casas pequeñas, acompañadas del viejo terraplén y ordenadas por calles lejanas, llenas de luna y misterio.

Un día cualquiera de 1947, Manzi, cuyo verdadero nombre era Homero Nicolás Manzione Prestera, se sentaba en una mesa del café “El Aeroplano”, en la esquina noroeste de San Juan y Boedo, el que luego se llamó “El Canadean” y más tarde fué “La Esquina de Homero Manzi”.

Se había citado en ese café con las musas, y las musas concurrieron puntualmente. De ese encuentro surgieron las estrofas de uno de los tangos más perdurables: “Sur”, que junto a “Barrio de Tango” y “Manoblanca” inmortalizarán en poesía el barrio de Pompeya.

A años de existencia de “Sur”, con música de Aníbal Troilo, es que nos acercamos al barrio para ver los cambios que se han hecho desde entonces, pero no desde el 47, sino desde mucho más atras, de cuando Homero estaba como pupilo en el Colegio Luppi, ubicado exactamente en Centenera y Tabaré, desde los 13 a los 16 años, en el cual desde la ventana de su dormitorio podía ver el paredón, el almacén y la esquina del herrero, que años más tarde plasmó en sus versos del tango mencionado.

Y a esas mismas calles volvió después, a sus veintitantos años a cometer un amor; Juana “La Rubia”, a visitar a Manoblanca, hijo del tropero Musladino, cuya casa separaba la entrada de caballos para la herrería y la vereda donde se estacionaban los carros, todo por Centenera, desde Tabaré hasta un poco pasando lo que es hoy la Librería de Cora, en Centenera y Cóndor.

Por entonces no existía la cortada Colombo Leoni, nombre del director del Colegio Luppi, que quedaba al frente, tampoco existía la salida a Centenera de la calle Cóndor. Se puede constatar eso, porque figura en los planos de 1932, que Homero Manzi hizo como guía del automovilista.

En esa guía, Homero marcó donde estaba la herrería y de allí se desprende lo importante que había sido para él la existencia de ese establecimiento frente a su ventana del Colegio Luppi.

De la manzana triangular donde estaba el colegio, Centenera, Esquiú, Homero Manzi- no queda casi nada de lo que Homero menciona en el tango “Sur”. Ahora se encuentra un bar, locales con cortinas metálicas y un cantero redondo con algunas flores silvestres. Casi no se puede encontrar el pasado.

En la cuadra de Esquiú y Tilcara, donde estaba el almacén y al cual Homero hace mención, hoy se ha transformado en un estacionamiento. El Colegio Luppi, donde el poeta cursó sus estudios desde 1920 hasta 1923 pasó a ser un bar con locales comerciales. El paredón se hallaba a unos pocos metros de ahí.

“El terraplén sigue estando, el que se extendía desde la Avenida Saenz hasta Villa Soldati, el tren sigue pasando por arriba. Cuando él menciona “Un Farol balanceándose en la barrera” eran las vías que iban hacia el Oeste, donde ahora se encuentra la Avenida Perito Moreno.

La luz de almacén era la de un bar de la familia Serventi, donde se jugaba a las bochas y tenía despacho de bebidas y almacén. Homero desde su dormitorio veía la lucesita mortesina de un farol. Ahora hay una playa de estacionamiento y enfrente un establecimiento”.

La inundación de la que habla Homero aún sigue ahí. La zona era de terrenos bajos e inundables, de modo que las lluvias torrenciales creaban peligro. El agua avanzaba con todo, por eso hicieron terraplenes para detenerla.

“Sur” se puede decir que lo escribió un poeta que tenía la memoria de cuando era chico y observaba. Es un tango que sintetiza el paisaje sin ninguna fantasía. El paredón seguramente era el de la curtiembre Luppi, y ahí sigue estando, con leyendas escritas en él, de un pasado imborrable, a lo largo de la calle Esquiú.

El Instituto Histórico de la Ciudad investigó el tema de los lugares que se mencionan en “Sur”, para constatar su veracidad. En uno de sus expedientes analiza la esquina de Esquiú y Tilcara: “Tenía una vidriera donde bién podía haberse recostado Manzi”, dice. Y hasta habla del perfume de yuyos y de alfalfa, vegetación profusamente extendida en la época.

Alguna vez dijo Manzi: “La herrería perfuma todo el barrio con su olor a caballo y revive en mi recuerdo la sinceridad de las horas vividas para adentro”, horas que supo cristalizar en las letras de sus tangos para dejar impreso un cálido mensaje de amor a ese barrio.

El Alfalfar estuvo hasta 1940, Juana “La Rubia” vivió largos años en esa casa de la calle Corrales al 1200, a dos cuadras del famoso boliche y donde estaba la barrera donde se balanceaba el farol.

Un lugar de Pompeya, un barrio de casas bajas con reminiscencias de provincia por la Avenida Cruz, por los pasajes. Barrio de talleres mecánicos y corralones de materiales. Casas amplias y flores silvestres junto a las vías.

Pero Pompeya se ha transformado, pese a los recuerdos de los memoriosos, de los nostálgicos, ya no es la del tango, el escenario aquél donde Homero Manzi se inspiró para escribir “Sur”, ahora es “arena que la vida se llevó...”, mal que nos pese.