Decir FRANCISCO CANARO es citar, prácticamente, toda la historia del tango. Vino al mundo en la uruguaya ciudad de San José de Mayo, el 26 de noviembre de 1888, y en 1898 estaba ya radicado en Buenos Aires. Desde poco tiempo después –cuando comenzó a tañir su primer violín, de fabricación casera- y hasta su deceso, ocurrido el 14 de diciembre de 1964, vivió por y para el tango.
La música de Buenos Aires le reportó mucho dinero, pero también mucho fue lo que hizo por ella. Por ejemplo, integró la primera agrupación denominada “orquesta típica” –la de Vicente Greco-, conformó la primera orquesta que sonaba realmente a orquesta –oiganse sus grabaciones de 1919-, participó en la fundación de tres asociaciones pro derechos autorales y en la definitiva SADAIC, incluyó en la típica el contrabajo, el vocalista y el dúo de cantores.
A partir de 1928 creó la corriente sinfónica, con tangos fantasía como “Pajaro Azul”, “Halcón Negro”, “Mirlo Blanco” o “El Rey del Bosque”. En 1937 volvió a la pequeña agrupación, conformando el célebre “Quinteto Pirincho”, para realizar exclusivamente grabaciones, en tanto se presentaba ante el público con su orquesta.
Dejó una extensa nómina de tangos clásicos, como: “La Tablada”, “El Pollito”, “Charamusca”, “El Chamuyo”, “Tiempos Viejos”, “Nobleza de Arrabal”, “Madreselva”, “La Última Copa”, “La Brisa”, “Adios Pampa Mía”, “Sentimiento Gaucho”, “El Pinche”, “Destellos”...
En otros géneros, produjo “Corazón de Oro” (vals), “¿Donde hay un Mango?” (ranchera), “Paja Brava” (pericón), “Se dice de Mí” (milonga), etc.
Sí, decir Francisco Canaro es decir el tango.
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