Fué el de Marlene Dietrich uno de los rostros más sensualmente enigmáticos de la historia del cine. Cuando el director Josef Von Sternberg buscaba, mediante fotografías, a la protagonista para “El ángel Azul”, exclamó al verla: “Hermoso trasero, pero necesita un rostro”, al conocerla personalmente, corrigió: “¡es el rostro que buscaba!”.
En ese mismo año (1930), Marlene estrenaba en Berlín “Johnny”, del pianista y letrista Friedrich Hollaender. Era una canción lenta, acaramelada, pero su temática delataba la típica sensualidad del tango a la europea.
Así lo comprendió Marlene mucho después, cuando lo entonó en 1954, en el Café París, de Londres, mientras a sus espaldas la orquesta de George Smith machacaba precisamente un ritmo de tango. Y como tango, la actríz –cantante lo grabó siete años más tarde, secundada por Burt Bacharach, y haciendo un derroche de sex-appeal capaz de descongelar al alemán más inconmovible.
Todavía hoy, cuando volvemos a escucharlo, la sensualidad de la Dietrich amenaza desbordar el surco del disco con aquellos versos que –según hemos traducido- dicen: “Johnny,/ cumplilos muy felíz;/ ¡que fiesta te darás/ juntito a mí!/ Johnny,/ las cuatro y media dan/ y temo que me voy/ a retrasar./ Johnny,/ la noche es de los dos,/ yo misma voy a ser/ mi obsequio para vos.../ Johnny,/ ¿por qué los cumplirás/ un día de algún mes/ y nada más?...”.
Esta mujer, que pasó fugazmente por el tango, nació el 27 de diciembre de 1901 (¿o de 1898?) y falleció el 6 de mayo de 1992. Demostró poseer, además de un “hermoso trasero”, un rostro inconfundiblemente misterioso. Las dos apreciaciones de Sternberg –erotismo y talento- se funden a la perfección en su versión de “Johnny”.
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